O pasado día 10 de marzo, El Nacional de Caracas, unha das principais plataformas informativas de Venezuela, ofrecía este artigo no que Harry Almela evoca a figura de Celso Emilio Ferreiro. Velaquí:
De las muchas expresiones culturales que testimoniaron la profunda y dolorosa herida que dejó la Guerra Civil de España, quizás la poesía haya sido la más estudiada. Y con toda razón.
Más allá de la conocida querella política y estética entre la revista republicana Espadaña (1944-1951) y la nacionalista Garcilaso(1943-1946), la muy profusa bibliografía sobre el tema pone de relieve la preocupación de la academia y de la intelectualidad ibérica, no sólo acerca de las formas literarias que fueron, regresaron o se extinguieron luego de la última gran eclosión propiciada por la Generación del 27. También viene a colocar en el escenario lo evidente: que la poesía es más que un artefacto hermoso, cuando son favorables los astros. También es, y sobre todo, un documento histórico. Palabras más, palabras menos, así lo expresaba José Hierro (1922-2002), en la Antología consultada de la joven poesía española, de Francisco Ribes (1952): “Si algún poema mío es leído por casualidad dentro de cien años, no lo será por su valor poético, sino por su valor documental”.
Si bien es cierto que esta historia nos es cercana por la lengua común que nos separa de España, también cabe recordar que no es ni desea ser toda la historia de la poesía de postguerra, pues el castellano es sólo una más de las lenguas que allá se hablan. Quizás por eso, aún nos sean desconocidos, casi por completo, los arcos que van desde Joan Salvat-Papasseit hasta Salvador Espriu, y desde Manuel Curros Enríquez hasta Celso Emilio Ferreiro. Consideradas marginales por la dictadura del Generalísimo y Caudillo por la Gracia de Dios (quien, curiosamente, había nacido en Galicia), las lenguas no castellanas debieron vencer obstáculos de muy alto listón: testimoniar lo que iba sucediendo, navegar contra la corriente del olvido de sus propias tradiciones literarias y servir de resistencia estética e intelectual, por vía del uso ceremonioso de esos idiomas. No se trataba únicamente y en absoluto de hacer poesía en aciagos tiempos de indigencia. También se trataba de conservar, en el registro de la escritura, una tradición que era, ni más ni menos y al mismo tiempo, una manera de estar y de ser en el mundo, que para eso es la lengua materna.
Valga todo lo dicho hasta ahora para recordar que este año 2012 se celebra en Galicia el centenario del nacimiento de un poeta que también nos pertenece, si tomamos en cuenta que parte de su obra fue escrita mirando la Caracas y la Venezuela de los años sesenta.
Hablamos de Celso Emilio Ferreiro, nacido el 6 de enero de 1912 en Celanova, provincia de Ourense, el mismo pueblo de Manuel Curros Enríquez quien, junto a Rosalía de Castro y otros incondicionales, había echado las bases del Rexurdimento y cuya vida y entorno cultural nos cuenta en una célebre y venerada biografía. Su voz y su destino literario los tenía ya definidos en 1954: “Los poetas gallegos, si quieren ser fieles a sí mismos, tienen que huir de la arqueología estéril y del ruralismo pedáneo. Tienen que retorcerle el pescuezo al ruiseñor del lirismo lacrimógeno, saudoso, de viejo estilo.
A cambio, tienen que sumergirse con desesperado esfuerzo en el mundo social de nuestra tierra, en los problemas vivos de nuestro tiempo, en las angustias de nuestras gentes”.
Ferreiro vivió luego en Vigo y Pontevedra, donde contrae matrimonio con María Luisa Moraima Loredo en 1943.
Desde joven participa en la política por el ala nacionalista. de izquierdas. En 1964, refunda la Unión do Povo Galego. Ya antes había publicado uno de los libros testimoniales más importantes de la postguerra, Longa noite depedra (Vigo, 1962), cuyos cincuenta años también se celebran por estas fechas. En 1966 viaja a Venezuela, invitado por la Hermandad Gallega para asumir la dirección del Patronato de Cultura. Enfrentado a parte de su comunidad por el talante, sus opiniones políticas y su visión acerca del mundo cultural, es expulsado de la Hermandad al año siguiente. Tales hostilidades son el punto de partida de Viaxeao país dos ananos (Barcelona, 1968) y Cantigas de escarnio e maldicir (Caracas, 1968) donde con sarcasmo y amargura describe las vanidades de parte de sus coterráneos inmigrantes, entregados al dinero y a la distracción, mientras que en la patria húmeda y fértil de la infancia transcurren sin tregua los duros años del franquismo.
Ambos libros están engarzados por el deseo de acercarse más a la narratividad que al efecto poético, como corresponde a un escritor que aspira a ser la voz de la tribu, empeño suyo que los años han corroborado.
En su lengua materna, publica Terra de ningures (Monforte de Lemos, 1969) sobre estampas de su viaje por esta Tierra de Gracia, donde debió haber escuchado a Simón Díaz y a la caraqueñísima Conny Méndez, o haber leído mejor las cantas de Alberto Arvelo Torrealba.
Luego de su experiencia con la Hermandad Gallega, trabaja en la oficina de prensa de Miraflores, bajo el mandato de Rafael Caldera hasta 1973.
Ya desde mediados de los años sesenta y en Galicia, sus poemas habían sido musicalizados por integrantes del colectivo Voces Ceibes. Concibe y produce lo que se considera en algunos círculos como el primer LP de música gallega, Galicia canta (Caracas,1970), junto a un joven llamado Xulio Formoso. Allí participa como autor de varias de las letras y tocando el pandeiro en algún arreglo. Luego publica A fronteirainfinda (Vigo, 1972), un librito de diez relatos donde la injusticia y la inocencia de los personajes dibujan un gran fresco de la provincia venezolana según la particular visión de un emigrado, y cuyo tejido poético recuerda a ratos al mejor Gallegos, o al Juan Rulfo de Pedro Páramo, o El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias.
Regresa a España en 1973, instalándose en Madrid, dónde trabajó como periodista en el diario ABC y como coordinador del Aula de Literatura Galega del Ateneo de esa ciudad. Publica Onde o mundo se chama Celanova en 1975. En 1977 fue candidato al Senado por el Partido Socialista Galego, sin éxito. Celso Emilio fallece en Vigo, el 31 de agosto de 1979 y es enterrado al día siguiente en la Celanova de su poesía y de su vida. Poco tiempo después, se publica su último poemario, O libro dos homenaxes.
Punto de equilibrio entre el desengaño y la esperanza, entre el mundo del hoy y el paraíso de la infancia, entre el exilio y lo raigal, entre las formas clásicas de la poesía galaico-portuguesa y la narratividad moderna, entre lo contingente y lo eterno, entre las aguas de dos idiomas de origen común, entre la oralidad y la escritura, la obra de Celso Emilio es aún exigida referencia para poetas y lectores de ambos lados de la Mar Océana. Ojalá (quiera Dios) que en esta celebración de su centenario y en los cincuenta años de la aparición de Longa noite de pedra, algún osado y travieso editor venezolano se motive para echar adelante este universo, este hermoso mundo que nunca dejó de llamarse Celanova.